En el de un bello país, de estos libertados por Simón Bolívar, existe un pueblo conocido por su entusiasmo, amor al trabajo y dedicación a la paz, .
Sin embargo, una sombra comenzó a oscurecer la paz del lugar, un grupo de personas dirigidas por un señor llamado fraude y conocido por su imaginación desbordante, había comenzado a contar historias fantásticas, adornadas con exageraciones y grandes mentiras.
Al principio, la gente se divertía con sus relatos de dragones dorados y promesas de libertad, pero poco a poco, la línea entre la fantasía y la realidad se fue difuminando.
Un día, el señor fraude contó que había visto un monstruo en el río, una criatura con escamas brillantes y ojos de fuego.
El pánico se apoderó del pueblo. Los pescadores dejaron de salir, los niños no jugaban cerca del agua y el miedo se instaló en cada hogar.
La anciana del pueblo, Doña Elena, sabia y bondadosa, decidió hablar con el señor fraude.
«Señor», le dijo con voz suave pero firme, «tus historias nos han entretenido, pero la verdad es como el agua clara que bebemos del río: nos da vida y nos une. Las mentiras, aunque parezcan inofensivas, son como piedras que enturbian el agua y nos separan».
El señor fraude, derrotado por sus propias mentiras, aislado y sin apoyo de la gente, comprendió el daño que había causado.
Reunió a todo el pueblo en la plaza y con voz temblorosa confesó que la historia del monstruo era una invención. Un suspiro de alivio recorrió la multitud. El miedo se disipó como la niebla bajo el sol.
Desde aquel día, el pueblo en cuestión reinició su trabajo y crecimiento en paz, construyendo así una hermandad heredada por sus libertadores.
El miedo a fracasar en nuestras metas