En Cuba la guerra se fundamenta en “…el derecho de insurrección y la conciencia universal de la honra”
José Martí Pérez
Honra, dignidad, justicia, decoro, independencia y Patria, son una constante en José Martí. Forman parte del conjunto de categorías que alimentarán su prolífica obra escrita y su gesta de vida, desde «Abdala» y el soneto «10 de octubre», hasta su madurez literaria y política, puesta de manifiesto en los contenidos de ensayos, artículos y discursos como «Nuestra América», «Madre América» y «Con todos y por el bien de todos»; entre otros.
En su soneto 10 de octubre, título que hace franca alusión al llamado «Grito de Yara», con el cual se inicia en 1968, la denominada guerra grande o de los diez años, Martí, con tan solo 16 años, se identifica plenamente con la causa independentista, toma partido por el derecho de Cuba a revelarse contra la opresión, la cobardía, la esclavitud, la crueldad, la tiranía, y todo lo que encierra el colonialismo, esgrimiendo frente a ello el sufrimiento, la condición del negro, la valentía, la guerra y la lucha por la libertad.
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.
De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía.
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!
Ésta contradicción o síntesis dialéctica, seguirá presente un cuarto de siglo después de escribir este soneto, lo que se evidencia en «Nuestras Ideas», en donde “define la guerra como un procedimiento político para equilibrar la sociedad, para hacerla justa, como la forma más bella y respetable del sacrificio humano”.
Se trata de una guerra justa, porque es sin odio, y deviene en un conflicto bélico por la necesidad de enfrentar la infamia; lo que amerita orden, preparación y organización, conforme a un plan estratégico. De ahí que siempre vislumbrará la guerra como algo posible, latente, conminando constantemente a estar listos para la misma, pues “mientras la guerra sea un peligro, será siempre un deber prepararla”.
Éste 24 de febrero, una vez más rememoramos el inicio de la Guerra Justa y Necesaria, esa que promoviera, organizara e iniciara José Martí en 1895, y en la que, los “pinos viejos” junto a los “pinos nuevos”, reinician la lucha emancipadora.
Ambas generaciones, representadas en la firma del manifiesto de Montecristi (25/03/1995) por el General Máximo Gómez y el Apóstol José Martí, estrechan lazos en unidad de criterio, de patriotismo, amistad y reconocimiento, fijando posición firme frente al anexionismo, el tutelaje o la subordinación a otra nación, y dejando claro que, la guerra no era contra el pueblo español, sino contra el colonialismo que había imperado en la isla durante tres centurias.
He ahí una vez más, el carácter justo y humano que Martí daba a la guerra.
Ya han trascurrido 128 años del aquel histórico acontecimiento, sin embargo, las motivaciones que llevaron a Cuba a revelarse y reiniciar la guerra contra el colonialismo español, hoy son, en gran medida, las mismas que obligan, no solo a Cuba, sino a toda Nuestra América, a hacer frente al imperio estadunidense, empeñado en someter a nuestros pueblos y negarles el derecho que tienen, como cualquier nación del mundo, a vivir conforme al sistema y la forma política y económica que haya auto determinado, para tal fin.
De dicho manifiesto vale destacar como fundamento para la hora que vivimos, el hecho que, el mismo comience reconociendo la continuidad histórica del proceso emancipador cubano, iniciado en Yara en 1968.
De igual manera podemos afirmar que, el proceso en el que estamos inmerso ahora, tras la búsqueda de la emancipación definitiva de nuestros pueblos, es de guerra continuada, esa que nos ha sido impuesta desde el siglo XIX, hasta nuestros días, por las oligarquías internas, y las ahora existentes del alcance planetario.
De igual manera es preciso atender el llamado a la originalidad; evitar continuar en el error de “ajustar a moldes extranjeros, de dogma incierto y mera relación a su lugar de origen”, las realidades de nuestros pueblos, nacidos de la justa lucha por la libertad.
Esa falla de origen, debe ser superada; el enemigo lo sabe y trata de evitarlo; por eso su reacción desenfrenada contra Cuba y Venezuela, referentes y bastiones históricos de esta larga lucha.
Tal y como plateó el manifiesto de Montecristi, cada hombre o guerrero que hoy caiga en Cuba, Venezuela y los demás pueblos de Nuestra América, luchando a favor de la definitiva independencia, debe saber que lo hace “por el bien mayor del hombre, la confirmación de la República moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo”.
No obstante, es preciso seguir apostando a la paz; de tal forma que, para garantizarla, debemos estar preparados para enfrentar a quienes han hecho y aún hacen lo posible por imponernos la guerra.
Es Ahí donde la gesta del 24 de febrero de 1895 y su preparación, cobra una importancia capital en el marco de los viejos, pero remozados ataques y amenazas que el imperio cierne sobre nuestros pueblos.
En tal sentido, con Fidel decimos, en el marco de la lucha justa y necesaria que hoy libra Cuba y Venezuela contra el criminal bloqueo y las medidas coercitivas, lo que enérgicamente afirmara en un discurso el 11 de enero de 1960: “Al pueblo nuestro lo podrán desaparecer de la faz de la tierra, lo que no podrán jamás es vencerlo; porque nuestro pueblo con su razón, con su heroísmo, con su dignidad, con su vergüenza y con su grandeza, es un pueblo invencible, y es un pueblo al que hay que respetar.”